jueves, 22 de octubre de 2015

La variable oculta en las utopías futuristas


Queridos lectores,

Durante estos días han circulado por las redes sociales muchas bromas sobre la falta de acierto de la anticipación proyectada en una película (en realidad, una trilogía de filmes) que fue muy popular en los años 80, Regreso al futuro. En la segunda de las entregas de esa trilogía, el protagonista viajaba al 21 de Octubre de 2015, fecha que en aquel entonces se encontraba a unos 30 años en el futuro, y llegaba a un mundo donde los avances tecnológicos habían cambiado de muchas formas la manera de vivir de los humanos, al menos en la parte opulenta del planeta (los EE.UU.) donde se desarrollaba la acción. Ahora que ya han pasado esos 30 años hemos podido comprobar que muchas de las invenciones más espectaculares que los guionistas de la película proyectaban para nuestros días (coches voladores, patinetes levitadores, comida liofilizada, ropa robotizada, hologramas de grandes dimensiones y una buena cantidad de tecnologías que se engloban en lo que actualmente denominamos Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, TIC) simplemente no han llegado.

Algunos vídeos de internet explotan el chascarrillo de comprobar que cualquier parecido de lo proyectado hace 30 años con la realidad es pura coincidencia. Hay gente que encuentra divertida la disonancia entre las expectativas de hace tres décadas y la realidad más prosaica de nuestros días y le refuerza en su desdén hacia la mitificación del progreso científico y tecnológico que es signo distintivo de nuestra civilización industrial; mientras que a algunas personas les ofende esa muestra de desencanto con la tecnología y el mito del progreso subyacente a nuestra sociedad actual y rápidamente apuntan, con razón, que justamente en el campo de las TIC no sólo se han cumplido algunas de las previsiones de la película (e.g., teleconferencias) sino que han aparecido tecnologías nuevas (miniaturización extrema de la electrónica, móviles, GPS, internet) que van mucho más allá de lo que la generación inmediatamente precedente a la nuestra fue capaz de imaginar. Para la mayoría la discusión no va más allá de esta confrontación entre estas dos visiones: por una parte, la enésima desilusión con las promesas nunca cumplidas de un futuro hipertécnico y ultraconfortable (¿dónde está mi coche volador?) y por la otra la reafirmación en que nuestro futuro será inevitablemente esplendoroso gracias al imparable avance de la tecnología y al invencible progreso de la Humanidad. El fondo de esta discusión es la lucha entre dos sistemas de creencias, dos sustratos culturales que aspiran a ser hegemónicos: por un lado, el socialmente dominante pero en decadencia, el del Progreso inevitable, que nació de la Guerra Fría y que ha dominado el contrato social de las sociedades capitalistas durante las últimas décadas; por el otro, el socialmente creciente, el de una emergente conciencia de la necesidad urgente de actuar en múltiples aspectos (ecológicos, sociales, de justicia, democrática) que han sido aparcados durante demasiado tiempo para no estorbar la marcha imparable del Progreso y que, perdida ya la fe en que alguna vez se cumplan sus promesas, se revuelve ahora contra Él y propugna desde diversos frentes un abanico de ideas hace no tanto consideradas como absurdas y ahora como heréticas (decrecimiento, simplicidad voluntaria, retorno al campo, democracia directa, asamblearismo, expropiación de los medios de producción...). Como ambos sistemas de creencias, el dominante pero decadente y el minoritario pero emergente, se están disputando la hegemonía cultural de nuestra sociedad para las próximas décadas, las disputas entre los defensores de uno y otro bando toman a veces un carácter un poco arisco. Apasionante como es este tema (la lucha entre la conciencia dominante y la conciencia emergente, que en el fondo tiene mucho de recuperar la conciencia de clase) no será la cuestión que abordaré hoy, en parte porque mi visión como científico está mal representada por las dos alas más extremas de ambos pensamientos, y en parte porque no me creo especialmente cualificado para abordar esa discusión. Sin embargo, sí que querría analizar un aspecto poco debatido: por qué algunas promesas tecnológicas han sido clamorosamente desmentidas por la realidad mientras que otras han sido superadas con creces por la misma. No voy a analizar todas las razones por las cuales se ha seguido este curso de los acontecimientos, sino que sólo me fijaré en las razones meramente físicas de esta divergencia.

El sueño del vehículo volador como producto de consumo a escala masiva está presente en la mentalidad occidental prácticamente desde los comienzos de la popularización del coche particular. En la década de los 30, los ingenieros de la época soñaban que para finales de los años 60 el coche volador sería una realidad, mientras que otros más modestos consideraban que como mínimo cada casa dispondría de un autogiro o helicóptero doméstico.


Este sueño de la próxima llegada del vehículo volador privado se repitió década tras década durante más de 50 años (no olvidemos que "Regreso al futuro" es de mitades de la década de los 80 del siglo pasado), hasta que poco a poco el sueño se fue diluyendo; en la actualidad se sigue soñando con el coche volador como producto de consumo masivo pero se le coloca en un futuro indefinido (e.g., la casi contemporánea "Blade Runner" o la algo posterior "El quinto elemento"). En realidad, la fantasía que domina la última década es la del colapso de la sociedad de manera abrupta y apocalíptica (tema sobre el que ya hemos hablado en este blog), es decir, una visión muy crítica del presente proyectando su miserable lógica en un futuro distópico a evitar, visión que se alinea con la conciencia emergente que comentaba antes.

¿Por qué no ha llegado el utilitario volador pero sí se han producido avances gigantescos como internet? Desde mi punto de vista, por la influencia de una variable siempre ignorada en la sociedad tecnológica pero de una importancia física primordial, y leit motiv de este blog: la energía. Las transformaciones que se han impuesto son aquéllas que tenían mejor rentabilidad en términos de la energía invertida y el rendimiento obtenido, y también aquellas tales que sus consumos energéticos eran compatibles con la disponibilidad energética real.

Imaginemos, por un momento, que la Humanidad tuviera acceso a toda la energía que quisiera utilizar y sin causar otros efectos indeseados. Con una cantidad ilimitada de energía disponible hacer un coche volador no sería nada problemático; podrían funcionar con pilas de plutonio (tecnología que usan las sondas espaciales que enviamos a visitar otros planetas) que accionarían hélices horizontales como en los actuales drones, o bien con un sistema de levitación magnética basado en proyectar un haz sobre una enorme infraestructura de carriles magnéticos, todo ello construido con imanes basados en neodimio que se extraería con facilidad o se sintetizaría con reacciones nucleares adecuadas (los residuos radiactivos de las cuales se consumirían en otros reactores diseñados para su eliminación y con poca eficiencia energética, pero eso no es un problema si la energía sobra), o bien se crearían imanes y baterías más eficientes gracias a la síntesis del grafeno en cantidades masivas (a pesar del derroche energético que implica, pero eso es indiferente si hay energía a espuertas) o bien algún otro sistema de propulsión que ahora no imaginamos facilitado por la energía hiperabundante. Del mismo modo, sería perfectamente posible usar un monopatín levitador que funcionaria sobre todo el área urbana cuyo subsuelo contendría una apropiada aleación ferromagnética. Robotizar la ropa es algo que es factible incluso hoy en día, pero que no se hace porque el coste productivo no compensa la escasa utilidad añadida de ese producto; pero en un entorno de energía hiperabundante los costes productivos de cualquier producto serían despreciables (ni siquiera la mano de obra sería un problema, ya que todas las cadenas de montaje estarían hiperrobotizadas). Generar grandes hologramas o cualquier otra extravagancia que se nos pudiera ocurrir podría hacerse con tal de que alguien se lo propusiese, ¿por qué no?, puesto que implicaría un coste despreciable.

La exploración espacial sería un uso más serio de toda esa energía que nos sobraría. En un post reciente sobre, justamente, el estancamiento tecnológico, Tom Murphy comenta que proyectando las tendencias los años 50 lo lógico es que las misiones tripuladas de nuestros días estuviesen ya más allá de Plutón, cosa que obviamente no ha pasado: sólo hemos podido llegar a la Luna, es decir, al jardín de nuestra casa, y sólo hemos enviado allá un puñado de hombres.


Imagen de XKCD: https://xkcd.com/893/


Enviar hombres al espacio implica un gran coste energético para sacar una masa bastante considerable fuera del campo gravitatorio terrestre, y aunque viajar por el espacio puede ser poco costoso debido a la falta de fricción y explotando el impulso gravitatorio de los planetas, si se quisiera viajar a una velocidad aceptable (y no emplear años para llegar a Plutón) tendríamos que emplear cantidades aún más grandes de energía. Nuevamente, lo que parece ser el cuello de botella no es la factibilidad técnica (no exenta de sus problemas considerables, por supuesto) tanto como la disponibilidad energética.

Incluso el viaje en el tiempo, al menos hacia el futuro, es una cosa fácil de hacer si uno dispone de grandes cantidades de energía: basta con salir de la Tierra y acelerar hasta alcanzar velocidades sublimínicas respecto a nuestro planeta (con un consumo gargantuesco de energía) y después regresar a casa; debido a los principios físicos de la Relatividad el tiempo habrá transcurrido más rápido para los que se quedaron en el planeta que para los que se fueron de paseo. Eventualmente, y dejando un momento al margen de una infinidad de imposibilidades técnicas, si uno dispusiera de una cantidad literalmente infinita de energía podría transmutar la materia ordinaria en materia taquiónica y gracias a ello ir hacia atrás en el tiempo. Así que al menos cierto tipo de viaje en el tiempo debería de ser posible si nuestra disponibilidad de energía fuera ilimitada.

Analicemos, pues, qué es lo que realmente se ha desarrollado más allá de las previsiones sociales de hace treinta años, las TIC. El exponencial incremento de prestaciones de la microelectrónica, el abaratamiento de costes y los nuevos conceptos en transmisión de información (fibra óptica, wifi, gestión multibanda) han posibilitado la explosión de internet, la gran red global que ha permitido un acceso a gran cantidad de información prácticamente al instante y desde un pequeño dispositivo que puedes albergar en la palma de tu mano. No es poca cosa: las transformaciones en los ámbitos productivos y sociales que son resultado de internet son enormes; internet ha posibilitado, entre otras muchísimas cosas, plataformas de difusión como este propio blog: sin internet, el esfuerzo de divulgación que yo hago simplemente no sería posible, pero es que tampoco me sería fácil acceder siquiera a la información que uso en mis análisis. Es obvio que había una enorme capacidad de desarrollo tecnológico, que el ingenio humano ha explotado mucho más allá de cualquier previsión. Este desarrollo ha tenido una componente material, que justamente se ha basado en la miniaturización de componentes, con su descenso de costes, y un aumento de la potencia de procesamiento, que ha hecho posible una explotación masiva del procesamiento de datos. Pero es justamente esta desmaterialización temprana de la microeelectrónica la que ha permitido la gran explosión de las TICs: el objeto de las TICs, la información, es primeramente inmaterial, y así su consumo energético ha sido bajo o moderado. No había, por tanto, la necesidad de acceder a fuentes de energía aún más potentes como requerían los otros avances tecnológicos proyectados, y eso ha hecho posible el gran avance de las TIC. Pero esta rápida expansión de las TICs está llegando a su final, en realidad. Por una parte, debido al final de la ley de Moore, por razones meramente físicas, que implica que no continuará la reducción de costes por bit procesado. Por otro lado, porque la expansión de internet y la explotación masiva de terminales de TIC ha hecho que el consumo de energía de las TIC ya no sea despreciable: el consumo de las TIC se estima en el 2% de toda la energía final anualmente consumida, cantidad que algunos suben hasta el 5% se si tiene en cuenta el coste energético de fabricación de las diversas componentes. No es tan sorprendente, teniendo en cuenta que por ejemplo Google tiene varias centrales térmicas (por cierto, de carbón) sólo para alimentar sus servidores con los que cualquier búsqueda, seria o frívola, lleva segundos. Al margen de que nos cueste imaginar nuevas aplicaciones de las TICs (más allá de la quimérica y temida Singularidad), el hecho es que la huella energética de las presentes TICs ya no es despreciable y eso asegura que su desarrollo futuro ya no será exponencial.



¿Qué es, por tanto, lo que nos ha impedido ocupar nuestro lugar en las estrellas o la evolucionar al superconsumismo hipertecnológico que se aventuraba hace años? Tal y como yo lo veo, simplemente,  la disponibilidad de energía; disponibilidad de energía que a pesar de haber seguido creciendo a buen ritmo en las últimas décadas no ha podido seguir el ritmo de nuestros sueños. La disponibilidad global de energía se ha incrementado desde los 80, bien es cierto, en un enorme 70% aproximadamente, pero es que de 1950 a 1980 se había multiplicado por 3.


Imagen de Our Finite World: http://ourfiniteworld.com/2012/03/12/world-energy-consumption-since-1820-in-charts/

Se da el problema añadido de que este incremento de energía, que no ha sido tan grande como deseábamos, se ha hecho a costa de fuentes de energía de peor calidad, más difíciles de extraer y más contaminantes, con lo que el progreso que sí que hemos podido conseguir ha llevado aparejado una factura ambiental muy elevada que hace que muchos se cuestionen si realmente ha merecido la pena.


Y si el simple hecho de que la disponibilidad de energía no haya seguido aumentando tan rápido como en las primeras décadas del siglo XX ha hecho que no se cumplieran nuestros sueños de gloria y progreso, ¿cómo creen Vds. que les afectará la disminución de la disponiblidad de energía que se avecina? ¿Cómo estará afectando ya el declive energético del petróleo? ¿Cómo les va a afectar las crisis concéntricas, con las materias primas en su interior, que ya se están desarrollando?

El año pasado el informe anual (WEO) de la Agencia Internacional de la Energía contenía claros mensajes, indicando que no sólo el petróleo está llegando a su máxima producción sino que carbón y uranio están en similar situación, y la crisis de las materias primas de este año nos muestra que el camino seguido es probablemente peor que lo que la AIE proyectaba. ¿Qué sorpresas nos deparará el WEO 2015, que se publicará el próximo 10 de Noviembre? Tengo claro que desde luego no será un futuro de coches voladores ni de naves espaciales.



Salu2,
AMT

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